Mirando a futuro: ¿qué puede aportar el carnaval para la profundización de la democracia en Uruguay?

Carnaval democracia

Nuestro carnaval, con todos los ingredientes que lo han mantenido vivo y mutante a lo largo de la historia, pondrá su granito de arena en la construcción de la democracia del futuro. ¿Será a través de sus letristas, marcando diferencias con los poderes de turno? ¿Tal vez en la conformación de los conjuntos, dando protagonismo durante febrero a cientos de artistas amateurs? ¿O en el ámbito de encuentro que generen los tablados, donde viejos, jóvenes, pobres y ricos compartirán platea, risas y aplausos? Nadie sabe a ciencia cierta qué va a pasar, pero el ejercicio de imaginar los posibles aportes que la fiesta popular pueda hacer para la profundización de la democracia en Uruguay resulta atrapante y enriquecedor. Por eso mismo, y aceptando la invitación de la diaria a participar en el Día del Futuro, el Museo del Carnaval consultó a una serie de personas vinculadas desde distintos lugares a la fiesta montevideana de Momo. A continuación compartimos sus reflexiones al respecto.

 

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Milita Alfaro: “un poderoso instrumento de participación colectiva”

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A lo largo de la historia y a través de muy diversas culturas y sociedades, la simbología del carnaval en su sentido más clásico ha estado asociada en el imaginario popular a una instancia reparadora y democratizadora en la cual, aunque sólo sea por tres días, el mundo del revés le da voz y protagonismo a aquellos sectores que no cuentan o que tienen un rol marginal en el mundo del derecho.

Históricamente, el carnaval montevideano confirma esa proyección a través de muchas de sus manifestaciones más representativas. En ese sentido, basta mencionar la dimensión eminentemente integradora y participativa que tuvieron los tablados barriales a lo largo de décadas. O la visibilidad y legitimación que conquistaron en el circuito subalterno de la fiesta expresiones populares como la murga y el candombe, largamente ignoradas o menospreciadas por la cultura oficial y erudita.

¿Es posible revitalizar y preservar el legado de esa simbología en el marco del carnaval actual, cada vez menos espontáneo, popular y participativo y cada vez más profesional, competitivo, reglamentado y comercial? No es fácil responder a esa interrogante, sobre todo si asumimos que muchas de las transformaciones que le cambiaron la cara a la fiesta son el resultado de un tiempo nuevo que hace inoperante e inviable pensar el tema desde la nostalgia de los carnavales de antes. Sin embargo,  dentro del contexto de hoy, el carnaval sigue ofreciendo herramientas para la producción y reproducción de las identidades y para los procesos de construcción de ciudadanía en una perspectiva plural y democratizadora.

Convertido en original expresión de teatro popular, nuestro carnaval es hoy un escenario clave desde el cual la sociedad uruguaya habla de sus cosas e imagina el futuro. Resguardar la pluralidad de sus discursos, mantenerlos al margen de cualquier tipo de oficialismo y protegerlos de toda discriminación o presión indebida, es una forma de fortalecer un espacio singularmente eficaz para promover y profundizar el diálogo y la interacción social y cultural en un sentido democratizador.

Asimismo, en tiempos de fragmentación social, cultural y urbana, la dimensión barrial de nuestro carnaval configura un poderoso instrumento de participación colectiva que contrasta con las tendencias privatizadoras predominantes hoy en la fiesta.  Diseminados fundamentalmente en las zonas periféricas de Montevideo, los escenarios populares son el resultado del entusiasmo, la ilusión y el esfuerzo de decenas de vecinos. Mientras que a lo largo del año atienden las necesidades de la comunidad, en febrero llevan la fiesta al barrio, en un saludable ejercicio de apropiación colectiva del espacio público con fines culturales y de entretenimiento. Al tiempo que recuperan una larga tradición que nos identifica, los tablados vecinales ponen en práctica un concepto de ciudadanía activa que se opone a la lógica pasiva del consumidor y que contribuye, por tanto, al fortalecimiento y a la profundización de la democracia.

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Marcelo Pallarés: “salir de la comodidad artística y ampliar la participación”

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Se me plantea una situación compleja y ambigua al leer la pregunta “¿Qué puede aportar el carnaval para la profundización de la democracia?” Lo primero que me surge es otra pregunta… ¿Como puede aportar a la profundización de la democracia un movimiento cultural (en este caso el carnaval) que es, en si mismo, muy poco  democrático?

El carnaval uruguayo es organizado por Daecpu (asociación que nuclea a los dueños de los conjuntos) la IM y los dueños de los tablados. Los componentes de los conjuntos no tienen voz, y mucho menos, voto. Y parece que tampoco tienen mucho interés en conseguirlo. Entonces creo que el principal aporte tiene que venir desde arriba del escenario, desde el discurso artístico. Es importante que sigan apareciendo artistas y agrupaciones que planteen propuestas que generen «algo», que hagan ruido, que hagan reflexionar y sobre todo que dejen más preguntas que respuestas en el público. Salir de la «comodidad» artística de armar un espectáculo con el contenido que la gente (o el jurado) quiere ver y oír.

Eso por el lado del creador. Por el lado del componente, es imprescindible la participación. Comprender que no hay UN solo carnaval sino que puede (y debe) haber carnaval mas allá del Concurso. Cada vez son más las agrupaciones que no logran superar la Prueba de Admisión. Y con propuestas artísticas tan válidas como las que ingresan al carnaval oficial. Hay que buscar espacios que permitan llevar esas propuestas a la gente, con apoyo institucional o sin él. Para eso es necesario participar, organizar y tratar de apoyar las iniciativas de escenarios barriales extraoficiales que empezaron a darse en este carnaval pasado, a impulso de algunas murgas jóvenes.

En resumen: creación más participación, sería la fórmula propuesta y que quizá conteste un poco la pregunta planteada.

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Daniel Suárez: “el tablado de barrio como espacio de inclusión”

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En este tema creo que desde los Escenarios Populares de carnaval se puede aportar mucho para fomentar la participación y que la gente esté informada. Eso es fundamental. Nosotros, que nuestro tablado es un espacio apolítico, porque no permitimos actividades religiosas ni políticas, consideramos que tener a la gente informada incide en como suceden las cosas. O sea, ayudar a que la gente vea por donde viene lo que puede hacer y lo que no puede hacer. Porque a veces mucha gente no sabe cómo encarar sus reclamos y los encara mal. Creo que nosotros, como lugar de encuentro, desde ese punto de vista lo que podemos hacer es ayudar a que la gente siga apostando cada vez más democráticamente a conseguir las cosas. Pongo un ejemplo: nosotros peleamos mucho por el tema del Presupuesto Participativo en el barrio. Y ahora, en la zona, le hemos hecho ver a mucha gente que hay cosas que no deberían pedirse a través del Presupuesto Participativo, porque poner un semáforo, un lomo de burro, una calle, destapar una zanja o lo que sea por el estilo es un trabajo que lo tiene que hacer la Intendencia. Lo que tenemos que pedir en el Presupuesto Participativo es algo que aporte de otra manera para el barrio, para la zona, para el espacio donde estemos. Fomentar esa reflexión es profundizar la democracia.

Otro aspecto a destacar que suma en este sentido es que en la mayoría de los tablados populares, además de los vecinos que participan activamente, se generan espacios de inclusión principalmente con las barritas de gurises de cada zona, más allá de que a veces es difícil. Los Escenarios Populares son lugares donde se apuesta a la unión de la gente, no importa el status o el poder económico que tenga cada uno. Creo que si seguimos trabajando metodológicamente en ese sentido vamos a aportar, y mucho, a la democracia. Que no hay dudas de que hay que cuidarla todos los días, y sobre todo practicarla.

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Felipe Castro: “apostar por la creatividad y la libertad de expresión”

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El Carnaval colabora con la democracia, el Carnaval es democrático en esencia, su sola existencia ya colabora. También lo afectan cosas que afectan cualquier acto democrático. Por lo tanto pensando en el futuro, liberar lo más posible al Carnaval de todo lo que altera su espíritu democrático va a ser importante para mejorar la futura democracia.

El ejemplo más evidente es la manera actual de concursar y como por parte de los medios de comunicación se ha generado la idea de que el Carnaval es el concurso. Eso sí que es antidemocrático.

El Carnaval uruguayo invierte la relación público artista. No es el público el que va al artista sino al revés. La gente va al tablado, no a ver a tal o cual conjunto. Eso es maravillosamente democratico. Sin embargo desde casi todos los órdenes que manejan la fiesta se pone la mira en el concurso, especialmente por dinero. Y el concurso está armado de tal forma que mete todo el arte en un embudo asqueroso, embudo que manejan personas que en su inmensa mayoría no están ni por asomo capacitadas para juzgar el nivel de los artistas de Carnaval, si es que de hecho se puede juzgar comparando con otras a una obra de arte si no es desde un punto de vista absolutamente subjetivo.

Los directores de los conjuntos de Carnaval caen una y otra vez en el error de no darle el valor al Carnaval que este realmente tiene. Pero no el valor económico, eso cambia año a año, depende de un montón de circunstancias tan variables como la economía. El que no cambia jamás es el valor cultural y artístico. O mejor dicho, este sólo debe crecer. Valor que no le da ni Daecpu, ni la Intendencia que hasta ahora año a año invierte menos o peor, marcándose objetivos que suenan pobres, que tienen más que ver con la visión burócrata del que esta sentado atrás de un escritorio ganando un buen sueldo y no quiere complicarse mucho, sin pensar que el 90% de los carnavaleros ganamos plata por tablado.

Y mucho menos el Ministerio de Cultura. El ministerio de Cultura no aporta NADA a su hecho artistico principal, nada. Eso es una muestra de subdesarrollo tan tremenda como ofensiva para aquellos que formamos parte de Carnaval.

La merma en la cantidad de tablados es angustiante, para los artistas y para el pueblo que cada vez tiene menos acceso al verdadero Carnaval, al del tablado en la esquina de la casa. Mi viejo dijo cuando recién se hablaba de televisar Carnaval, que quién lo hiciera debería mostrar sólo una partecita de cada conjunto así la gente va al tablado. Eso sería usar la tele para el Carnaval y no al revés como ocurre hoy.

Y no solamente eso. Aquellas decenas de tablados por todos los diferentes barrios de la ciudad, de tan diferentes realidades sociales y económicas, geográficas, de servicios, etc, jamás pueden ser comparables con tablados para 8 mil personas, todas de similares características socioeconómicas. El Carnaval se ha «clasemediatizado» si se me permite esta inventada expresión. Y ese ha sido uno de los actos más antidemocráticos que ha sufrido. Mucho más si se piensa en una clase media con un crecimiento económico en estos últimos años que no fue acompañado por desarrollo intelectual , y al contrario se nota más violenta, menos paciente, menos comprometida.

Pensar que el Carnaval afectará de una u otra manera la democracia futura es una demostración del valor que el Carnaval tiene, por eso celebro esta interrogante y agradezco que me hayan convocado para contestarla.

La manera que tiene entonces el Carnaval de colaborar con la futura democracia es el futuro carnaval. Un Carnaval libre, sin paradigmas artísticos, que son en escencia ridículos porque en la dinámica de las obras de Carnaval, lo que hoy es correcto, mañana no lo es más.

Un Carnaval, por favor, sin la enferma y cancerosa prueba de admisión, la que el último año dejó afuera a la murga que nos representa en el mundo entero, así como a un emblema de nuestra cultura, mucho más importante que cualquier concurso y ni que hablar de las personas que decidieron que no podía participar justo al cumplir 80 años.

Un Carnaval con uno o más tablados en cada barrio, para que todas las personas de todas las clases sociales puedan escuchar lo que tienen para decir todas las personas de todas las clases sociales, donde todos los que tienen esto compartan con todos los que tienen aquello otro.

Es decir, un Carnaval donde participen TODOS los que quieran desde el escenario, y donde TODOS puedan escuchar lo que estos tienen para decir, pudiendo responder con aplausos, gritos o abucheos. Donde el concurso, si es que es necesario que exista, juegue a favor de la creatividad absoluta, de la libertad de expresión en su más amplio sentido, donde se premie la tradición y la vanguardia, lo de siempre y lo de ahora. Donde artistas y colectivos de todas las índoles puedan a su vez sacar provecho económico, con escenarios en escuelas, liceos, clubes, y murgas de todos esos ámbitos. Una fiesta que mirar por la tele sea una idiotez.

Un Carnaval donde todos los casi derrotados que crean que esto que están leyendo es utópico, se den cuenta de que es muy sencillo de hacer, y que basta con entender las raíces. Y de acuerdo a nuestro desarrollo intelectual ponernos metas utópicas, porque finalmente entienden que eso es el Carnaval.

Ese sería un Carnaval que desde mi punto de vista colabore con la futura democracia, por lo menos con la democracia que yo creo mejor para mis hijas.

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Alberto ‘Coco’ Rivero: “ese espejo burlón y crítico”

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La democracia según el diccionario es un “Sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes.”

Cualquier democracia como espacio de libertad necesita el territorio del carnaval. Ese territorio donde la propia sociedad se pone bajo la lupa de ese espejo burlón y crítico de la sociedad. Si ese espacio (al que llamamos Carnaval) no existiese, debería ser tomado por asalto por la sociedad y crearse, para poder burlarse y cuestionarse a sí misma.

Cualquier sistema necesita de su espejo burlón para crecer y superarse. Por eso los sistemas autoritarios los prohíben o eliminan. El carnaval es un espacio democrático por excelencia donde convergen opiniones, géneros, clases sociales, discursos, gustos, etc.
El carnaval es el territorio de la libertad.

En un tiempo de la imagen como el que vivimos. Tiempo de las redes sociales, tiempo de la virtualidad, tiempo de distancias, un espacio como el carnaval, que es el territorio del cuerpo presente, es un espacio a desarrollar aún mucho más, ya que su sola existencia profundiza democracia.

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Martín Sosa: “el carnaval como herramienta para la gente”

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Estoy convencido que el carnaval tiene la responsabilidad y el compromiso de seguir aportando a profundizar la democracia. Vaya si ya lo hizo, pero las épocas cambiaron y aquellas murgas con fuertes protestas y letras de doble lectura fueron quedando en el olvido. Es hasta lógico, se podría decir, hoy se habla de “otra cosa”. Es que el carnaval ha cambiado no hay duda, como la generación que vivimos, que para algunos pasó a formar parte de un entretenimiento más en la televisión.

En estos carnavales no han sido pocas las voces (casi siempre opositoras y por suerte lejos de la fiesta) que critican fuertemente a las murgas y sus autores por ser livianos o mirar “para otro lado”, ya que supuestamente “el poder de turno lo ejerce un partido simpático a los ideales de los carnavaleros”.

Considero que los integrantes del colectivo artístico del cual formo parte, y que hoy tenemos la fortuna y la responsabilidad de crear todos los espectáculos de carnaval, no podemos dejar pasar bajo ningún concepto los temas de importancia de nuestro tiempo, TENGAN EL COLOR QUE TENGAN. Hay que encarar los temas que marcan nuestra agenda y que nos toca vivir a diario, planteando necesidades de la sociedad con la herramienta más potente y popular que puede pisar un escenario como lo es la murga. Siempre intentando que los espectadores se lleven algo, una frase, una palabra, quizás para analizar, para debatir, criticar o cuestionar. Esto motivará algo fundamental: que el espectáculo no solo quede arriba del tablado y, pensando a futuro, que el carnaval siempre sirva de herramienta para que la gente y las futuras generaciones de creadores lo sigan utilizando como forma de protesta, debate o análisis. En definitiva los que vengan defenderán el legado y su esencia como lo estamos intentando nosotros por estos tiempos que nos toca vivir.

Escuché más de una vez que “la murga canta lo que la gente piensa”, por suerte hay muchas expresiones murgueras, tantas como personas y las realidades que viven.

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Andrea Basso: “carnaval como cuestionador de temas que nos contradicen”

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Me viene a la memoria inmediata una apreciación de cómo el carnaval ha transitado el camino hacia la democracia en nuestro país.

El carnaval  integra una serie de  elementos que pueden aportar un buen ejercicio en ese sentido. Entre las distintas manifestaciones lúdicas y festivas que el carnaval plantea, en ese juego del espacio tiempo que se instala en el imaginario colectivo,  fluyen constantemente las mencionadas concepciones abstractas en permanente búsqueda de cuestionar, a través de viajes lúdicos, de recursos filósoficos, literarios, donde se exponen cuestiones como la vida, la muerte, la miseria, invirtiendo roles, sacudiendo entre juegos y risas a la cotidianeidad.

A través de la ironía, el sarcasmo, el humor y las alegorías se introducen  elementos conceptuales que involucran al actor y al público en constante reclamo reflexivo. En sus propuestas la murga promueve una especie de microcosmos dentro de otro que es el propio  ritual carnavalero. Integra uno por uno todos los elementos que la componen para formar esa atmósfera que sólo ella logra  trasmitir, vive y respira haciéndola singular. Y todos los componentes están estudiados para fomar parte de un todo global que es el espectáculo. Llámese texto, vestuario, interpretación, maquillaje, tienen valores individuales y a la vez colectivos. Coexisten, conviven, se complementan, luchan internamente mostrando el adentro conflictuando con el afuera,  tienen una impronta muy valiosa en lo individual pero se intensifican al integrarse en función del discurso que quieren trasmitir. Y en su propuesta  narrativa, los textos, donde la singularidad es más notoria se reafirman los conceptos cuando por ejemplo una murga los teatraliza, y pone sobre las tablas su discurso semiótico.

Inmersos en un mundo  globalizado,  nos encontramos ante la casi desaparición, por un lado, de ese sentido de pertenencia social del ser humano al volverse independiente. Cuando el ser humano tiene posibilidades reales de ser individual la sociedad ya no es aquella suma de individualidades si no el conjunto de las mismas.

Es ambulatorio y a la vez necesario cuestionarse sobre temas que nos afectan, nos involucran, nos fisuran y nos  contradicen pero necesitan coexistir para ser comprendidos. Lo que en carnaval se plantea no es más ni menos que eso. Poner sobre la mesa todas éstas cuestiones que forman parte de nuestra dinámica social. Por eso tengo la certeza que el carnaval tiene una cuota de incidencia en este camino  del fortalecimiento de la democracia.

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Guzmán Ramos: “la permanente construcción de la identidad uruguaya”

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Existe una creencia generalizada –pero muy polémica- que vincula el origen y devenir de la murga uruguaya –o más precisamente, la montevideana- con expresiones artísticas del carnaval de Cádiz.

Detrás de ese cliché, potenciado hoy por la cultura global y la infinidad de medios y herramientas que permiten reafirmar ese y otros mitos, existe un extenso marco para intentar desplegar algunos trazos más complejos sobre la cultura popular, el territorio natural para los análisis sobre la murga.

Desde luego que existen en Uruguay estudios sobre la cultura. De hecho, y a modo de ejemplo, en el plano literario la academia ha clasificado y sub clasificado minuciosamente en generaciones y corrientes los diversos movimientos que han surgido a lo largo del siglo XIX y XX.

En cambio, para las producciones de “carácter popular”, como alguna traducción dijo de Bajtin, o  de las “clases subalternas”, en términos gramscianos, los análisis han sido menos densos, mucho más románticos y, casi siempre, interpretados con los cánones de la alta cultura. Sólo a modo de ejemplo basta ver el lugar el lugar que ocupa Bartolomé Hidalgo en el imaginario colectivo…

El carnaval como clara expresión de la cultura popular uruguaya fue, pues, curiosa e inexplicablemente, un territorio al que pocos prestaron atención durante todo el siglo XX.
Sin dudas, una falta grave (de la academia), en especial si tenemos en cuenta que en ese tiempo se constituyó el Uruguay moderno, una mezcla diversa y férrea de identidades políticas, sociales, demográficas, deportivas; todas, menos la que separan lo urbano y lo rural, escisión que viene desde la época colonial y aún perdura.
Pero afirmar hoy que la murga es exponente de la cultura popular es alimentar otro mito, tan equivocado como el citado anteriormente.

No es objetivo de estas líneas acercar hipótesis acerca de ese proceso de transformaciones que involucran por igual a quienes están arriba y debajo del tablado.
No obstante, es imprescindible consignar que hace a al menos veinticinco años, la murga –como género que conjuga disciplinas tan variadas como el canto, la danza, el maquillaje y la actuación- ha ido construyendo progresivamente un conjunto de técnicas y modos de expresión, como condición indispensable para su supervivencia.

Asistimos en la actualidad al espectáculo de la murga. “El Carnaval y el Concurso Oficial en Montevideo son el ámbito de desarrollo de espectáculos propios de la identidad uruguaya. Se trata de un espectáculo que incide, confirma, ratifica, modifica y contagia. Es acción que induce a la acción, al pensamiento, a los sentimientos, a la construcción de la subjetividad, a la cultura de nuestra población, a la sensibilidad de los habitantes que asisten” e indirectamente “produce irradiación hacia otros que lo ven por televisión o escuchan por radio” (1).

No es posible interpretar hoy el fenómeno del carnaval y la murga como una isla alejada, casi invisible, tal como lo fue durante al menos ocho décadas por la mayoría de la intelectualidad.

Sea o no su intención, la murga tiene hoy –debido entre otras cosas a su gran masividad, que la potencia- una función ideologizante. Aún quienes al escribir una cuarteta o un cuplé no sientan la necesidad de anunciar “la tierra prometida” -tal como definió Gustavo Remedi (2) a aquellos grupos que durante los ochenta inundaron los tablados de metáforas políticas-, deben saber que, en alguna medida, están creando, transmitiendo y multiplicando una escala de valores.

Escala que, desde hace al menos veinticinco años, reproduce códigos“de la cintura para arriba”, tomando la cintura como la línea divisoria que, cortando gruesísimo, y en función de sus connotaciones hacia uno u otro lado, reavivó la antiquísima tensión entre lo nuevo y lo viejo: hacia abajo, los grupos que apostaban por un humor directo y otros tantos postulados tradicionales; hacia arriba, en tanto,quienes reformularon los vínculos con los espectadores, imponiendo en carnaval una nueva estética, musical, visual, profundamente humanista en sus textos.
Hacia ese camino de reafirmaciones identitarias parece estar llamada la “murga posmoderna” (3), tal como bautizó Rafael Bayce a la murga emergente de los noventa, que es la criatura a través de la cual estas líneas intentan proyectar.

No es imposible, entonces, imaginar la murga del futuro tomando partido de aquella asimetría y profundizando este camino. Por ello es posible aventurar que los coros del futuro abordarán temáticas que defienden la justicia, los derechos humanos, la diversidad en sus múltiples acepciones y la democracia.

(1)   Scherzer, Alejandro y Ramos, Guzmán. “Destino: Murga Joven. Espacio Tiempo, Circunstancias. Fermentos del Concurso Oficial”. Montevideo, Ed. Medio y Medio, 2010.
(2)   Bayce, Rafael. “Y el pueblo vuelve a soñar. El microcosmos de las letras de murga”. Semanario Brecha, 27/3/1992.
(3)   Remedi, Gustavo (1996). “Murgas: El teatro de los tablados. Interpretación y crítica de la cultura nacional”. Montevideo, Ediciones Trilce, 1996.

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Graciela Michelini: “un ámbito de construcción colectiva”

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En los úlitmos tiempos quienes han mantenido el carnaval en los barrios y lo han defendido, además de los artistas, los dueños de los conjuntos y la Intendencia, han sido los vecinos. Y lo han defendido desde el lugar de aprovechar la fiesta popular para generar oportunidades en proyectos culturales, sociales y deportivos en sus zonas de influencia. Y el barrio se ha sumado puntualmente a esos vecinos en las épocas de carnaval. Por eso creo que es un ámbito que nos sigue igualando y nos sigue encontrando, en tiempos en que es necesario tomar cada vez más contacto con nuestras raíces.

Nosotros, desde el Museo del Carnaval, estamos en un lugar en el que vemos ese movimiento de la gente. Muy tímido, a veces poco perceptible, pero que está existiendo. El tablado, y por lo tanto el carnaval, es un lugar de encuentro en tiempos en que cada vez tenemos menos espacios para compartir desde lo colectivo. Un lugar en el que podemos ir a disfrutar, a vernos reflejados, donde nos encontramos con vecinos, con nuestra familia y que es abierto a todo público. Es ese el lugar que hay que ganar. El de las calles desde el encuentro sano, desde la construcción colectiva, desde el respeto por la convivencia. Es algo que está probado en los Escenarios Populares a lo largo y ancho de Montevideo. Son escenarios gestionados por la gente, donde se disfruta en familia, donde si existe algún desborde puntual el mismo es condenado y abordado desde el lugar de los propios vecinos y de quienes participan de cada espacio.

Los tablados de barrio son espacios democráticos, de convivencia. Debemos trabajar para que crezcan y se multipliquen en distintas zonas. En el éxito de ese trabajo estará uno de los principales aportes que el carnaval pueda seguir haciendo a la construcción de nuestra democracia.

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